¿No crees que la idea de ser feliz para siempre y vivir una vida perfecta puede resultar un tanto aburrida y poco desafiante? ¿Acaso el amor que nos venden como un cuento de hadas nos promete la felicidad y nos invita a la infelicidad de esperar sin aportar? Permíteme compartir contigo una historia que desafía estos ideales:
"Érase una vez, en el final de un cuento de hadas, donde todo había terminado felizmente. El príncipe y la princesa, tras incontables aventuras, por fin se habían casado y se disponían a vivir felices para siempre, o al menos así lo esperaban.
Sin embargo, al día siguiente, el príncipe se encontraba con un dolor de cabeza insoportable y un apetito nulo por las perdices que, según el dicho popular, deberían ser parte de su felicidad. Mientras tanto, la princesa, ajena a las molestias de su esposo, se dedicaba a devorar perdiz tras perdiz hasta que sufría una terrible indigestión al caer la noche. Esta situación no parecía en nada el típico cuento de hadas con final feliz.
"¡Vaya desilusión de cuento! No me siento feliz en absoluto", se quejaba el príncipe.
"Si no eres feliz, es porque no has comido suficientes perdices", respondía la princesa con ingenuidad.
Los siguientes días transcurrieron con más perdices, pero el malestar del príncipe y la indigestión de la princesa no desaparecían, revelando que la felicidad no se encontraba en la simple repetición de actos.
Incapaces de hallar la felicidad en las actividades cotidianas de la vida real después de los cuentos de hadas, la pareja emprendió un viaje desesperado en busca de ayuda. La infeliz pareja decidió visitar a las más famosas parejas de cuento. Pero ni Cenicienta, ni la Bella Durmiente, ni siquiera Blancanieves, hacían otra cosa que dejar pasar tristemente los días en sus palacios. Ni una sola de aquellas legendarias parejas había sabido cómo continuar el cuento después del día de la boda.
"Nosotros probamos a bailar, bailar, y bailar durante días"- contó Cenicienta- "pero sólo conseguimos un dolor de huesos que no se quita con nada".
"Mi príncipe me despertaba cada mañana con un ardiente beso que duraba horas"- recordaba la Bella Durmiente- "pero aquello llegó a ser tan aburrido que ahora paso días enteros sin dormir para que nadie venga a despertarme".
"Yo me atraganté con la manzana cien veces, y mi príncipe me salvó otras tantas, y luego nos quedábamos mirándonos profundamente"- dijo Blancanieves- "Ahora tengo alergia a las manzanas y miro a mi esposo para buscarle nuevos granos y verrugas".
La joven pareja recurrió finalmente a sus leales súbditos. Tampoco funcionó porque, a pesar de que obedecieron todas y cada una de sus órdenes, los príncipes siempre habían tenido todo tipo de lujos, y seguían insatisfechos.
"Nada, tendré que encargarme de mi felicidad yo misma" - decidió la princesa precisamente el día que el príncipe pensó lo mismo.
Y cada uno se fue por su lado a intentar ser feliz haciendo aquello que siempre le había gustado. Pero por emocionantes y especiales que fueran todas aquellas cosas, no era lo mismo hacerlas sin tener a su lado a su amor de cuento. Tras aceptar su malogro por separado, volvieron a encontrarse en el palacio llenos de pena y desesperanza.
"Lo hemos intentado todo"- dijo el príncipe, cabizbajo-. Ya no queda nadie más a quien pedirle que nos haga felices. Estamos atrapados en un penoso final de cuento.
"Bueno, querido, aún nos queda una cosa por probar"- susurró la princesa-. Hay alguien que aún no se ha encargado de tu final feliz.
"¿Sí? ¿Quién? ¿La bruja? ¿El león? ¿El armario? ¿Voldemort?"
"Cariño, no te vayas del cuento. Me refiero a mí. Aún no me he encargado de hacerte feliz. Ni tú tampoco de mí."
Era verdad. Y no perdían nada por intentarlo.
Aunque hacer feliz al príncipe tenía sus desafíos. A menudo se levantaba de mal humor, y su disposición para el trabajo dejaba mucho que desear. La princesa, por su parte, podía ser caprichosa, mandona y un tanto entrometida. Sin embargo, a pesar de estas imperfecciones, su amor era genuino y profundo. Descubrieron que el secreto para una relación feliz no radicaba en sacrificarse el uno por el otro, sino en apoyarse mutuamente. Encontraron la dicha al celebrar los logros del otro y alentarse en los momentos difíciles. A medida que aprendían a aceptar y amar al otro en su totalidad, su relación se fortalecía. Nunca antes habían repartido felicidad, y hacerlo con su único amor los llenaba de tanta alegría que era difícil saber quién de los dos era más feliz.
Pronto se sintieron tan dichosos repartiéndose felicidad que, a pesar del esfuerzo que les suponía, no pudieron parar en ellos mismos, y comenzaron también a comparir la felicidad a sus súbditos y los demás personajes de su cuento. Hasta las legendarias princesas que no habían sabido vivir felices en su final de cuento pudieron recibir su consejo y apoyo.
Así, habiendo descubierto el secreto de los finales felices, hicieron por fin una última visita para llevar a su amigo el escritor un regalo muy especial: un nuevo final de cuento. Y el escritor lo tomó y lo agregó a la última página, donde desde entonces puede leerse "…y, aprendiendo a ser felices juntos, amándose y cuidándose mutuamente, encontraron la verdadera dicha para siempre".
El 14 de febrero nos brinda una oportunidad perfecta para reflexionar sobre la verdadera esencia del amor. El relato del príncipe y la princesa nos revela que la felicidad duradera no surge de intentar cambiar al otro o de sacrificarse por el otro. Al contrario, encuentra su raíz en la aceptación mutua y en el crecimiento compartido.
En una relación saludable, no se trata de perderse a uno mismo en el afán de complacer a los demás, sino de reconocerse en el reflejo del otro y encontrar una mayor comprensión de uno mismo. Consiste en brindarse apoyo mutuo para crecer tanto como individuos como en pareja. En lugar de buscar la perfección en las relaciones, es crucial abrazar las imperfecciones y aprender a amar incluso en medio de ellas.
Celebrar tanto los logros personales como los del ser amado, y ser un pilar de apoyo en los momentos difíciles, sostienen un amor duradero.
En este día de San Valentín, recordemos que el amor saludable es una danza armoniosa entre dos personas que se eligen a pesar, e incluso gracias, a sus diferencias. La verdadera felicidad reside en aprender y crecer juntos, construyendo una conexión basada en el respeto, la comprensión y la aceptación mutua.
¡Feliz día del amor propio y compartido!
P.D: "Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor". San Juan de la Cruz.
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Eleanor Roosevelt 1884-1962. Defensora de los derechos sociales, diplomática y escritora estadounidense, esposa del presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt.