Había una vez un gran maestro que tenía muchos estudiantes ávidos de aprender. Uno de ellos, un día, se acercó al maestro con una pregunta que lo había estado atormentando:
—He leído innumerables libros, pero siento que he olvidado la mayoría de ellos. ¿Cuál es el propósito de leer si olvido lo que aprendo? —preguntó el estudiante con sinceridad.
El maestro, en lugar de responder de inmediato, permaneció en silencio durante unos días. Luego, un día, le entregó al estudiante un viejo tamiz, desgastado y sucio.
—Llévate este tamiz y ve al río cercano a llenarlo de agua —ordenó el maestro con calma.
El estudiante, perplejo por la extraña solicitud pero respetuoso hacia su maestro, obedeció. Llenó el tamiz con agua del río y comenzó su camino de regreso. Sin embargo, antes de que pudiera llegar muy lejos, el agua se filtró a través de los agujeros del tamiz y se derramó completamente.
El estudiante regresó al río y volvió a intentarlo una y otra vez a lo largo del día, sin éxito. Al final, exhausto y desanimado, regresó con el maestro.
—Lo siento, maestro. He fallado en la tarea que me diste. Es imposible transportar agua con este tamiz roto —se disculpó el estudiante, con vergüenza.
El maestro sonrió con paciencia y le dijo:
—No has fallado, mi querido alumno. Observa el tamiz.
El estudiante miró hacia abajo y se sorprendió al ver que el tamiz, que antes estaba sucio y viejo, ahora lucía limpio y como nuevo.
—Cuando intentabas llevar agua en el tamiz —continuó el maestro—, el agua pasaba a través de sus agujeros, pero el tamiz se estaba limpiando. Así es como funcionan los libros y la lectura. Cada vez que leemos, nuestras mentes son como este tamiz: aunque no recordemos todo lo que leemos, los libros, con sus ideas y conocimientos, limpian y enriquecen nuestra mente y nuestro espíritu. El propósito de la lectura no es simplemente recordar cada detalle, sino ser transformado por las ideas que encontramos entre sus páginas.
El estudiante reflexionó sobre las palabras del maestro y comprendió que el valor de la lectura no residía en la memoria perfecta, sino en el proceso mismo de absorber conocimiento y crecer a través de él.
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Jacinto Benavente 1866-1954. Dramaturgo español.