EL ARTE DE LA CALIGRAFÍA

En la antigua China, vivía Yi Zhi, un renombrado maestro de la caligrafía cuya destreza era aclamada por personas que viajaban desde lejos sólo para admirar sus escrituras, tratadas como verdaderas obras de arte.

Yi Zhi tenía un hijo que desde joven mostraba un talento notable por la caligrafía. Al principio, los vecinos elogiaban sus progresos y él, en su juventud, comenzó a creer que pronto superaría a su padre.

Un día, lleno de ambición, el joven pasó días enteros intentando emular la caligrafía de su padre en un único trabajo. Finalmente, con orgullo, mostró su creación a Yi Zhi. Éste, observando con atención, añadió un pequeño trazo al final de una letra y luego devolvió el trabajo a su hijo sin decir palabra.

El hijo corrió entonces a su madre, una crítica de arte perspicaz. Ella examinó el trabajo y, señalando el pequeño trazo añadido por su esposo, le dijo con dulzura que aún tenía mucho por aprender para igualar a su padre.

Desconcertado y algo avergonzado, el hijo volvió a su padre y le preguntó por qué no podía igualarlo después de tanto esfuerzo.

Yi Zhi le miró con ternura y le contó una lección que su propio padre le había enseñado cuando era joven: la historia de las tinajas en el patio.

—¿Ves todas esas tinajas en el patio? —preguntó Yi Zhi.

—Sí, muchas —respondió el hijo.

—Mi padre me dijo una vez que sólo llegaría a ser verdaderamente excelente en algo si llenaba todas esas tinajas de agua y practicaba su oficio hasta que la última gota se hubiera derramado.

El hijo comprendió la sabiduría de su padre. Decidió entonces llenar las tinajas de agua y dedicarse con determinación al arte de la caligrafía. Veinte años más tarde, cuando se vació la última tinaja, su habilidad en la caligrafía era tan destacada como la de su padre, y finalmente recibió el reconocimiento que tanto anhelaba.