EL CANTO DE LOS GRILLOS Y LA FELICIDAD

Hace un tiempo inmemorable, en un reino olvidado por el tiempo, un joven aprendiz se embarcó en una misión extraordinaria: llevar consuelo y alegría a los corazones apesadumbrados. Este joven, impregnado de una esencia radiante desde su nacimiento, aceptó la encomienda con gusto, pues siempre había encontrado motivos para la felicidad en cada rincón de la vida. Así, con determinación, inició su travesía, tejiendo hilos de felicidad en el tejido desgastado de la existencia.

Un día, llegó a un pueblo sumido en una profunda melancolía. Los habitantes arrastraban consigo sombras de tristeza, y el mismo joven, a pesar de su innata alegría, se vio envuelto en la penumbra emocional que inundaba el lugar. Fue entonces cuando su misión titubeó, desafiada por la oscuridad que se cernía sobre ese rincón olvidado.

En la quietud de una madrugada, mientras reflexionaba sobre la desolación que lo rodeaba, captó el suave murmullo de un grillo. Intrigado, se preguntó cómo podía cantar en medio de la desesperanza. En ese instante, una voz interior le reveló el secreto: "Los grillos, con su cric cric, alegran el alma". Era su propia conciencia que añadió: "¿Aún no comprendes que la verdadera felicidad no está fuera, sino en el santuario interior de cada ser? En la esencia divina que nos habita".

Esta voz interior le explicó que, al igual que el grillo, la felicidad no se ve afectada por las sombras externas. Reveló que la auténtica dicha surge del núcleo de cada individuo y que, al igual que el grillo canta porque es su naturaleza, cada ser lleva consigo la melodía de la felicidad. Fue así como el joven entendió que su misión no consistía sólo en esparcir alegría superficial, sino en ayudar a otros a descubrir la luz interna que reside en cada uno.

Con esta nueva perspectiva, al despuntar el alba, recorrió las calles del pueblo, mostrando a sus habitantes que la verdadera felicidad emana de su propio ser. Aprendió que, a pesar de las tormentas externas, cada individuo tiene el poder de abrazar la misión de ser feliz siempre. Y, si alguna vez tropezaba en su propio sendero, el canto de los grillos sería el eco reconfortante de una verdad eterna: la auténtica felicidad florece en el jardín interior de cada corazón.