Había una vez un elefante grande, apuesto y muy inteligente que no encontraba pareja, y veía con cierta tristeza cómo el resto de sus compañeros iban formando una familia, mientras él continuaba solo.
Pero un día, su manada se encontró con otra manada de elefantes, entre los cuales, había una linda elefanta soltera, que enseguida se fijó en él. Ambos empezaron a jugar y a dar largos paseos por la selva. Les gustaban las mismas cosas y reían sin parar. Se divertían y no podían dejar de verse. Hasta que se dieron cuenta de que estaban perdidamente enamorados.
Así que el elefante, sin dudarlo, le pidió matrimonio a la elefanta.
¡Menuda alegría se dieron las dos manadas de elefantes! ¡Hacía mucho que no se celebraba una boda! Así que organizaron el evento con muchísima ilusión. Mientras unos preparaban el banquete, otros comenzaron a construir el lugar en donde se celebraría el enlace.
Algunas elefantas se reunieron para preparar el ajuar, y ayudaron a la elefanta a buscar unos elegantes adornos de novia.
Los elefantes acompañaron al novio a encargar las alianzas. El encargado de hacerlas sería un primo del novio, que era un excelente orfebre.
Todo marchaba muy bien. Todo parecía encajar. El elefante y la elefanta estaban felices.
Pero llegó el día de la recogida de los anillos. Justo el día anterior al enlace. Eran unas alianzas preciosas, increíbles. Únicas. Con el nombre de ambos elefantes grabados en el interior. El elefante se los colocó en la trompa para llevárselos y se fue muy contento. No había visto nunca unos anillos tan bonitos.
Pero justo antes de llegar al río, en la orilla, el elefante tropezó con una piedra, y cayó de forma estrepitosa al agua. El pobre animal se llevó un buen susto y un gran golpe, pero consiguió levantarse. Y al ponerse de pie, comprobó para su desgracia, que uno de los anillos de boda se había caído al agua.
El elefante se puso muy nervioso, sentía que su corazón se iba a escapar del pecho ¡No podía controlarlo! Y se puso a escarbar con las patas, con la trompa, a dar vueltas en círculo… El agua se enturbió por la arena que levantaba con las patas y el elefante no podía ver nada. ¡No podía encontrar el anillo!
Un búho, que había visto todo desde la rama de su árbol, le dijo:
– ¡Tranquilo! ¡Para!
Pero el elefante no podía oír nada. Estaba tan nervioso, sentía tal ansiedad, que no era capaz de escuchar, solo podía pensar en que no daría tiempo a hacer un anillo nuevo, y que su novia se disgustaría muchísimo al enterarse de lo que había pasado.
Entonces, el búho aterrizó sobre el elefante y le volvió a decir:
– ¡Para! ¡Tranquilízate!
Y el elefante se dio cuenta de que el búho le estaba hablando. Y decidió escuchar, porque sabía que el búho era uno de los animales más sabios del lugar.
– Estás tan nervioso que no dejas de excavar en la arena. Levantas tierra y ésta enturbia el agua- dijo el búho-. Lo que tienes que hacer es quedarte quieto, muy quieto, esperar y observar.
El elefante hizo lo que el búho le dijo. Al fin se tranquilizó, y la tierra comenzó a depositarse en el fondo del río. El agua se calmó y algo en el fondo comenzó a brillar con nitidez. ¡Era el anillo de boda!
– ¡Oh, muchas gracias, búho! ¡Muchísimas gracias por tu consejo!- dijo emocionado el elefante.
La boda se pudo celebrar, sin más sobresaltos. El búho hizo de padrino de honor y los elefantes se dieron el sí quiero, alianzas incluidas, ante la emoción y felicidad del resto. Y el elefante, por su parte, aprendió una sabia lección.
"CUANDO LAS AGUAS TURBIAS NO TE DEJEN VER EL FONDO DEL RÍO, NO TE MUEVAS: ESPERA A QUE LA TIERRA SE POSE Y EL AGUA VUELVA A MOSTRARSE CRISTALINA".
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